lunes, enero 28, 2008

CAPITULO QUINTO: MI PELICULA ES EL DOCTOR ZHIVAGO, PERO, ¿CUÁL ES LA PELICULA QUE VIVEN ELLAS?*



En estas costas todas las familias infelices se parecen, las felices, en cambio, lo son cada una a su manera... Fue así que hicieron su aparición los palitroqueros de la democracia, liderados por el más happy de todos, el prócer Danny, quien con su peinado rasta y su camiseta del Che, nos indicaba cuál era el camino correcto a seguir para alcanzar la realización individual. Al menos no nos hablaría de Osho. La noche anterior, Danny se había tostado la mano mientras manipulaba unos artefactos incendiarios, por lo que su mujer, la colombiana Mary, más sucia que él, se la había vendado muy cuidadosamente. Los sonidos de los bongos sincronizaban con suma precisión los bailes, los audaces movimientos de los miembros de la tribu.

Se escuchaban aplausos y risas de estudio.

Ciertamente los palitroqueros con sus arriesgadas maniobras se habían apuntado una victoria contundente sobre el cuco, la llorona, el cura sin cabeza, el carnero de plata, las bolas de fuego, el soldado chileno, los caballos de los conquistadores, en fin, toda la gama de superhéroes con que las antiguas y reputadas familias del país nos habían estado aterrorizando durante siglos. Los palitroqueros con su líder, el Danny, herido en la ampliación del campo de batalla, les habían arrebatado el fuego de la noche para compartirlo con cada uno de nosotros, al son de una música ritual. Los palitroqueros eran una sola movida y no se peleaban, bailaban como una familia feliz, si bien habían apaciguado su espíritu rebelde.

Ahora, las creencias en las almas y las penas se horrorizan porque hacemos el amor como las bestias, porque no guardamos las diferencias de clase ni de raza, porque nos hemos fundido en una sola trenza, danza, olor. Somos las carreteras de frontera que arrojan fuego por la boca, inundamos sus tinieblas con la sensualidad de nuestros cuerpos que se agitan hasta el paroxismo, somos las nuevas criaturas de la noche, The Lost Boys con Kiefer Sutherland.

“Después de un millón de muertos, por fin, se ha visto nieve en Bagdad. ¿Cuántos muertos necesitamos aquí en estos territorios para experimentar la nieve por primera vez? ¿Diez millones?. ¿Veinte millones, tal vez?.”

Se escuchaban aplausos y risas de estudio.

Las ideas de Jesse se confundían con el ruido blanco de los televisores de todos los tamaños y épocas, el sello indiscutible del establecimiento, la heladería de moda, el White Noise, propiedad del flaco Tragaldabas. Aplausos y risas de estudio cuando la gente ingresaba al local. Un ambiente de party perpetua. la alegría, cuyo objetivo no es otro que adormecerte el cerebro por más que mantengas la boca cerrada.

El Flaco se excedía en gestos, tatuajes y piercings, cuando congregaba a sus creyentes alrededor suyo para relatarles historias increíbles de viajes alrededor del mundo, experiencias que no cesaba de reproducir en su negocio. Los palitroqueros no dejaban de moverse muy cerca de ellos. ‘El White Noise’ simplemente era la punta del iceberg de un proyecto que haría de nuestra ciudad un faro vanguardista para la región, así pensaba el Flaco y así, con los ojos en blanco y completamente paralizados, asentían los discípulos de su secta mesiánica, los cosmopolitas. Durante su última estadía en Zurích, casi había cerrado un trato para incursionar en el negocio de restaurantes estilo ONG que estaban haciendo furor en las grandes capitales del mundo. “The Shock Doctrine es un concepto único y diferente de cómo es posible combinar la cocina gourmet con la responsabilidad social”, explicaba el Flaco a una audiencia enfervorecida. “Con el 80% del personal compuesto por personas con discapacidad visual, salvo claro el chef y los ayudantes de cocina, los comensales podrían experimentar lo que se siente carecer de visión y disfrutar de una cena A1 a la vez. Una perfecta gozada.”

“Después de un millón de muertos, por fin, se ha visto nieve en Bagdad. ¿Cuántos muertos necesitamos aquí en estos territorios para experimentar la nieve por primera vez? ¿Diez millones?. ¿Veinte millones, tal vez?.” Eran palabras de Jesse que no encontraban eco en la mirada de Alistair que se perdía tras la ventana y la neblina. Allí, arriba, en el cerro.

Se escuchaban aplausos y risas de estudio.

Alistair recordó su encuentro superrealista con uno de los técnicos a cargo de los fuegos artificiales. Ocurrió temprano por la tarde, en las faldas del cerro Victoria. Las noches sin luna, las festivas explosiones, los vivos colores que reproducían los nombres de reconocidas marcas. “¿Reconoces este símbolo, buen hombre?” Alistair había dibujado una hoz y martillo con un pedazo de madera y ahora interrogaba a uno de los técnicos a cargo del espectáculo. “Para nada, ¿es una marca importada acaso?”. “No, absolutamente no. No me digas que no sabes qué significa este símbolo que tienes frente a tus ojos. Porque desde estos mismos cerros, amigo, años atrás, se dejaba sin fluido eléctrico a toda la comunidad e innumerables latas de petróleo incandescente creaban la hoz y el martillo. ¿No te acuerdas?.””No, señor, no sé de qué me está hablando, usted, y ahora, por favor, déjenos trabajar, que nos falta mucho por hacer.” “Es imposible que ignores tu propia historia, no ha transcurrido mucho desde esos días en velas y lamparines. ¿O sí?.” El trabajador lo dejó con unas palabras que podrían trastornar por completo su pacto con la realidad y su propio pasado: “Mi nombre es Hugo Morales, señor, tengo cincuenta años, una esposa y dos hijos, llevo trabajando con esta empresa, al menos unos veinte años, vivo en esta ciudad desde los diez años, y nunca, señor, nunca ha ocurrido lo que usted me confiesa, si fuera cierto lo que usted, con tanta ligereza, afirma, la prensa ya lo habría dicho o los noticieros de los canales de televisión nos habrían informado. La verdad es que los primeros que decidieron iluminar la ciudad desde estos cerros han sido mis patrones. Eso es todo lo que tengo que decirle.”

Alistair descendió del cerro con gran sorpresa. “En sus ojos noté que no me estaba mintiendo. Hay que descubrir qué le están haciendo a la gente que ya no se acuerda de nada”.

Alistair despertó y acribilló de lleno a Jesse. Eran las seis de la tarde del martes 13 de abril, faltaban menos de cinco horas para la gran sangre. “Mi película es el Dr. Zhivago, pero, ¿cuál es la película que viven ellas?”. “"A la Mujer, querido Alistair, no te cansarás de mandar expediciones y siempre llegarás a la misma conclusión: es inhabitable. Welcome al desierto de lo real, el mundo de los vivos. Tantas sesiones de espiritismo, pensaba yo, habían hecho triunfar en ti el deseo por la carne, sin embargo, me he equivocado, has conservado muy bien tu placer”.

“Mi película es el Dr. Zhivago, pero, ¿cuál es la película que viven ellas?”, insistía Alistair. “Ese es un misterio impenetrable, ni siquiera Simone de Beauvoir conoce la respuesta, mago. Lo importante es saber de qué pie cojeas para no cometer los mismos errores cuando te toque actuar tu película. La pantalla lo aguanta todo, igual que el papel, pero esas son ficciones, no es la vida real. En la vida real se puede modificar el final de la historia, aunque parezca una tarea imposible de concretar. Es sólo cuestión de arriesgarse y arrancarse en carne viva del film que es nuestro pasado. Así podremos vivir nuestra propia historia en el presente, construyendo el futuro, finalmente. Hemos dado ya un paso gigantesco. Entender cómo actuamos en la vida. De aquí lo que queda es un trabajo colosal. La satisfacción es que ya hemos ganado nuestra propia historia, heridos y conmocionados, sobreviviendo al pasado, una ficción cruel que, en pocos segundos, cayó víctima del fuego en el consultorio de la terapista. Me costó mucho darme cuenta de que Reds de Warren Beatty explicaba mi relación con el mundo y las mujeres. Ni siquiera se trataba de toda la película. Yo era John Reed saltando de la ventana del tren de la revolución, ocultándome de las balas del Ejercito Blanco, de pronto, decido correr hacia el encuentro del enemigo y luego, soy únicamente la mano de Warren Beatty que se estira en su máxima extensión, a la carrera, tratando de subirse a un carro de combate del Ejercito Rojo sin éxito. Luego, en la estación, Diane Keaton, observa la llegada del tren de la revolución con las banderas rojas hechas jirones. Los bolcheviques aplauden a rabiar a los dirigentes del partido, a los héroes de la revolución, la tropa del Ejercito Rojo. De John Reed no hay noticias, todos los ocupantes del tren ya han descendido del mismo. Hay un cadáver que es trasladado en una camilla. Louise Bryant espera lo peor. Es en ese preciso instante que los amantes se encuentran cuando ella sigue con su mirada la trayectoria del cadáver. John Reed y Louise Bryant se estrellan en un beso como dos planetas en colisión directa, solos, en el corazón de la galaxia, traspasados por un rayo, y se hace la noche para los héroes. Porque ellos no tienen padres”

Se escuchaban aplausos y risas de estudio.

“Hey, chicos, ¿qué onda?. ¿Acaso tramando cómo conquistar el mundo?. Ja,ja,ja,ja”. Era el conchesumadre del Flautista de Hamelin con su nueva conquista: Madame Bovary. “Oye, lindo, te odio por tu bondad”. “¿Qué?. Cabellera negra, aléjate de mí, fuchi”. Aleister Crowley no paraba de reír. Por su parte, Jesse James, con cara de bandolero furioso, se encontraba atrapado entre el feminismo, el roche, la melancolía, el enojo, el nihilismo, la levedad del ser y el estructuralismo posexistencialista. La mujer apuró el café latte frío de Aleister y a continuación pasó a revelar el secreto que lo unía con el Flautista: "Él ha revelado a los pequeños lo que ha ocultado a los sabios y a los prudentes, como ustedes dos, suckers, por eso le amo." “What?. Ja,ja,ja,ja”. Para irnos todos y cerrar el kiosko, añadió el Flautista: “Amo a Bovary porque no es como las otras. Ésas que pretenden saber quién soy. Las que piensan que yo no sé su nombre y me aburren. Finalmente estoy con esta mujer porque soy un amante de la naturaleza, cuyo real nombre desconozco”. “Bang”, gritó Bovary y se hizo un ovillo pegadita al vientre de su última adquisición. Luego, ella le sopló al oído: “Vámonos, oye, estos mierdas no entienden mi razón”. Los palitroqueros no dejaban de moverse, ahora, muy cerca de la mesa del bandido y el anticristo.

Se escuchaban aplausos y risas de estudio.

*De mi novela inedita, LOS TERRITORIOS OCUPADOS

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