miércoles, marzo 12, 2008

LOS DETECTIVES SALVAJES EN LA COSTA NORTE DEL PERÚ



Por: César Ángeles L.

A la santé de Roberto Bolaño, fromm Perú Norte.

Las siguientes cuatro crónicas complementan lo que publicó Enrique Bernales en esta misma página sobre el viaje que hicimos juntos hasta Máncora... De ahí que se incorporen algunos links que conducen a esos textos anteriores. Con este envío en 4 se cierra el círculo en cimbreantes arenas norteñas...


PRE MÁNCORA
TOMA UNO
LOS DETECTIVES SALVAJES RELOADED


Cuando Arturo Belano vio los intrusos destellos del atardecer reflejándose aquel sábado en los ventanales del bar, en el Museo del Juguete, entrevió un largo viaje por la árida costa norteña del país, y al mismo tiempo creyó adivinar que todo saldría mejor de lo que él y su carnal Ulises Lima hubiesen imaginado. Ambos habían quedado en encontrarse allí, luego de separarse hacía pocos días en la capital del país.

Ese era un bar ubicado en la planta baja de una antigua casona trujillana, en cuya segunda planta un conocido pintor latinoamerikansuperrealista había fundado, emulando de seccuro costumbres de algunas ciudades europeas donde radicó varios años, un original museo del juguete. Allí había diversos muñecos, muñecas, ejércitos completos, autos, trenes, casas, instrumentos musicales y un sinfín de reproducciones del mundo real a escala infantil. Inclusive había muñecos y otra suerte de juguetes del tiempo antiguo, cuando en esas tierras las hordas españolas no habían aún llegado para acopiar a sangre y fuego el botín de la Conquista.



En suma un mundo interesante y lúdico, del cual hablaría luego con Ulises Lima. De momento decidió recorrer el bar, como se dijo, ubicado en la planta baja. Entretenerse con las muchas fotografías de escritores y artistas del país e incluso de otros lugares del mundo, algunas de las cuales eran sinceramente llamativas, sobre todo porque mostraban algún gesto o rostro desconocido de los personajes allí retratados. Y, además, por la constatación del paso del tiempo, y cómo cierta irreverencia y agresividad podían a veces congelarse en el pasado cuando uno cambia de tal modo, se acomoda, se aburguesa, o se muere, que al fin y al cabo, se dijo, viene a ser lo mismo. ¿O no?



Y entre las múltiples fotos, en ese bar todavía solitario, con una barra bien surtida de licores y ofertas cokteleras, atisbó por los ventanales para ver si ya llegaba Ulises, pero nada. Así que decidió esperar un rato más, antes de llamar al teléfono rojo. ¿Qué habría pasado? Normalmente era puntual, y aquí empezaba la larga marcha al norte ese fin de año en un país dominado por el libre mercado impostado y una democracia que hacía agua por todos lados, si consideramos, como bien había sentenciado Joaquín Font, que demos viene del griego y significa pueblo, y kratos también viene del griego y significa poder, lo que, muchachos, hablando en puro oro representa “poder popular”, y dónde o cuándo esto ha existido, se dijo frío Arturo Belano. Nunca, se respondió. O en todo caso, nunca por mucho tiempo (en ese momento se había acordado de la película Reds, que recrea los primeros tiempos de la Revolución de Octubre, desde la perspectiva del célebre periodista norteamericano John Reed, miembro del PC norteamericano y protagonista de aquella gesta roja, roja como una manzana de California a la luz de un espléndido atardecer mochica como este).

Entre las fotos en blanco y negro, sepia, a color, pegadas en la paredes, se leía algunas citas...



tomadas del ancho y ajeno mundo de la literatura universal, y Belano buscaba con acerada curiosidad, Potemkim en plena travesía, la imagen perdida de Cesárea Tinajero, o en todo caso de alguna imagen, ceniza o sombra que aclarasen mejor su paradero final, su vida, sus poemas, su sorprendente desaparición en los desiertos de Sonora.

Estaba pensando en ella cuando escuchó, trémulo, el batir de las puertas de aquel bar, como en una película de Far West, y vio entrar a una poeta con su hija, pero no era Cesárea sino Rocío y Sol, en esa puesta de sol. Se reconocieron y se abrazaron por las fiestas, el nuevo año y por todo lo demás (¿qué es todo lo demás, siempre?). Rocío había compartido diversas experiencias, época y algunas aventuras con Belano, incluso antes de que su hija Sol naciese. Era una sorpresa verlas allí, a tantos kilómetros de la ciudad-capital, donde no hacía muchos días se toparon en una calle céntrica, con Ulises además. Ellas estaban de vacaciones en una playa al lado, visitas a la familia y cosas así. Le dijo que no hacía mucho habían dejado a Ulises tomando fotos a unas ruinas pre incas construidas todas de barro, con dioses felinos y alados, una de las maravillas de la antiguedad que de manera casi mágica había sobrevivido al paso del viento, del tiempo y sobre todo de los hombres, políticos y gobernantes que depredaban este país. Así que decidieron sentarse a esperar, y cuando llevaban un buen rato de heterogénea conversa, arribó Ulises lleno de polvo y con su mochila encima. ¿No la dejaste en el hotel?, le dijo Belano. Nel, me querían cobrar demasieé.

Un abrazo rápido y ya estaban todos alrededor de una mesa empotrada en una de las paredes enchapadas de madera del bar, pidieron los primeros coktails que un joven barman empezaba a explicar y ofrecer. Este debiera dirigir el Museo del Juguete, se dijeron con las miradas todos, y de pronto ofreció un coktail: el Cesar`s Sunset, creado literalmente en su nombre porque el barman se llamaba como el emperador romano, y creaba mixturas de licores como el alquimista de El Perfume pero para saborear y beber, y pasar poco a poco de las dulces palabras a los hechos. Al rato, mientras Rocío y Sol tímidamente sorbían sus jugos naturales, Belano y Lima empezaban felices la primera ronda de esos vasos de un verde intenso, con gotas de sudor en sus bordes, hielo y cereza. Avanzaba de tal manera la tarde, probando otra ronda con otro invento del gran César, que sonreía complacido desde la barra, delante de espejos que lo multiplicaban como en una versión en miniatura (Museo del Juguete, al fin) de El resplandor, aunque bastante más amable y frágil que el atormentado Jack Torrance, en esa tierra de ruinas de barro milenario y festivales de la marinera (el baile blanco con pañuelos al viento, que imitaba la danza de los pájaros y del eros norteño), de bellas mujeres y largos, erguidos caballos de totora. Dos, tres rondas, y ambos sentían que ese largo viaje iba agarrando líquido cuerpo cuando ya la luz partía, y Rocío y Sol también dijeron hasta aquí, muchachos, debemos volver no tan tarde a la playa, la familia y todo eso (¿todo eso?), hagan una fiesta pues y nos invitan. Fotos del recuerdo, memorables, besos, despedidas, promesas de volver a verse y hasta la vista. Escríbeme. Te escribiré. En serio. En serio, pues.

Solos, Ulises y Arturo decidieron tomar el toro por las astas, y como aún quedaba más tiempo para zarpar a playas del norte, se encajaron la invención más gloriosa y excéntrica de César: el Maretazo, una combinación de vodka, ron y pisco puro, con bastante hielo, agua celeste.



Entre tanto, ya Ulises había hecho algunas fotos del lugar ahora algo más concurrido, y Belano recorría otra vez aunque de diferente modo (nadie se baña dos veces en las mismas aguas, pues, compadre) los retratos colgados en las paredes. Al volver a toparse con la foto del actual presidente del país lo volteó contra la pared y le metió un escupitajo, y al caminar un poco más allá tres lindas muchachas se aprestaban a salir, a pagar. Él las atajó y les invitó a una copa final, pero solo aceptaron conversar un rato todos juntos en la barra, tomarse unas fotos los unos a los otros e intercambiar direcciones electrónicas y promesas de comunicarse pronto. Ulises y Belano se quedaron prenda dos de la misma Helena de Troya, así que sin decírselo decidieron abandonar el antiguo juego de la seducción, por esta vez, despedirse de ellas y tomar la última copa con César antes de dejar aquel simpático rincón y partir luego en el autobús que los llevaría al corazón mismo del desierto piurano. ¿Nos vamos?, preguntó al fin Ulises. Simón, respondió en seco Arturo. Tomaron sus mochilas, se despidieron efusivos de César y salieron.

La calle estaba más llena de gente, era sábado por la noche, aún quedaba algo de tiempo, Arturo quiso entrar a una cabina de internet, y cuando empezaba a mirar su correo se produjo un apagón que les recordó a ambos los febriles años 80. Internet nel. Ulises se rió y le dijo que había traído la malaria a esa ciudad colonial, que eso era increíble. Y riéndose uno sobre el otro se encaminaron vagos entre la penumbra de la forzada noche hacia el terminal del autobús, presagiando un lindo año nuevo en apagón total.

MÁS CERCA. TOMA DOS. PIURA LANDSCAPE.

Fabián Junior. Caminando alrededor de la Plaza de Armas de Piura, febrero 2008.

Me contaron que dos hombres con lentes muy oscuros y pantalones recortados, vestidos de negro, llegaron a esta ciudad muy temprano, un domingo antes del último año nuevo. Eran Arturo Belano y Ulises Lima, pero obviamente nadie los conocía. Del terminal del autobús que los trajo de Trujillo, se vinieron andando con sus mochilas hasta esta misma plaza, y entraron de lo más relajados al Hotel de Turistas, donde luego de tomar el fresco de la mañana dejaron al cuidado su equipaje y salieron a dar unas vueltas. Así fue que desayunaron en uno de los pocos lugares abiertos a esa temprana hora...



y me llamaron para vernos. No pudimos encontrarnos porque yo debía cuidar un examen en la Universidad Nacional, pero sí se vieron con el escritor Julio Carmona, ex miembro del colectivo Narración y autor de varios libros de poesía y prosa breve, así como de ensayos, el último de los cuales aborda críticamente la obra literaria de Mario Vargas Llosa y las antinomias de nuestro laureado escritor: El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa, 350 páginas.

Con él se citaron en esta plaza, se tomaron unas fotos con la cámara digital de Ulises y luego fueron los tres a comprar dos pasajes en la agencia Epo, para ir, horas después, a recibir el año nuevo en Colán. Les dio tiempo para caminar y charlar con Carmona, quien les contó acerca de esta ciudad, su gente, sus costumbres, y a propuesta de Belano encaminaron sus pasos hacia una chingana tradicional con ramada que se halla cruzando el puente de la ciudad. Allí, Carmona escucharía con atención las ideas e investigaciones en marcha de los dos amigos sobre algunos escritores y hechos de este país, y debatieron asuntos de estética.

Carmona les contó, además, su experiencia en la cárcel cuando hace ya algunos años, durante el régimen de Fujimori y Montesinos, fue acusado de senderista y encarcelado por ello. Luego de algunos meses, salió libre por falta de pruebas. Les contó acerca de cómo algunos presos se acogieron a los beneficios de la delación, y cómo de esa manera llegaron a salir en libertad o, al menos, a mejorar su temporada en prisión. Inclusive les contó la historia de un conocido artista plástico local, quien no tuvo reparos en sindicar a su pareja como senderista con tal de salir libre de polvo y paja. Es historia conocida, por lo demás, y aquel artista, para ser sinceros, y no lo digo solo yo sino incluso quienes lo conocen más tiempo, no ha vuelto a ser el mismo desde entonces, ha perdido la inocencia y fresca rebeldía en la mirada que lo caracterizaron durante los años 80. Su hermano mayor fue también un artista plástico conocido en la Escuela de Bellas Artes de Lima, y fue asesinado en la matanza de los penales por el hoy presidente constitucional Alan García.

Cosas de la vida en este pendejo país de la chingada. La mala memoria, la conciliación, la corrupción y todo eso, dijeron los tres durante aquella mañana. Una política vergonzante.

Carmona, fino conocedor de la culinaria criolla y sobre todo de la norteña, tuvo la acertada idea de compartir con Belano y Lima una chita al ajo, que degustaron con fruición, entre las doradas y heladas cerveza Pilsen que pasaban de mano en mano. El sol, algunos jóvenes jugando alrededor y guapas y sonrientes piuranas que pasaban frente al rancho les completaron uno de los momentos más memorables de su viaje por estas costas. A Belano no le gustaba tanto desierto, pero la inteligente tertulia, los amigos y las heladas lo pusieron de muy buen humor. A Ulises, en cambio, el desierto le inspiraba, era casi una representación inmanente del alma, y una suerte de metáfora de nuestros países, desérticos, donde difíciles nacen y se reproducen ciertas flores y vidas de diferente especie. Ambos tenían noticias de algunos escritores locales, y sobre todo de una novela sesentera con título inolvidable: El viejo saurio se retira. Carmona les explicó el significado y origen de dicho título:

Lo que sé es que el editor Milla Batres le sugirió el título de El viejo saurio se retira a su autor, Miguel Gutiérrez. Y lo que yo interpreto es que la novela se ambienta en los años cincuenta, y si se sabe que por entonces no existía lo que hoy es el distrito de Castilla (en la otra margen del río), que todo era un desierto, pero que en aquella época ya despuntaban las primeras invasiones y urbanizaciones que iban acortando el desierto, por ende, las lagartijas, serpientes de toda especie, iguanas, pacazos, etcétera, que están simbolizados por el saurio (que a su vez se mimetiza en el "viejo saurio" que vendría a ser el desierto), se retiran, dejando paso a la ciudad. Más no sé, maestros. Cuando le pregunté a Miguel por el significado que él le daba, él se sonrió y me dijo: "Eso hay que averiguarlo".

Ambos quedaron vivamente interesados con la historia. A pesar de que Arturo y Ulises eran más jóvenes que Carmona establecieron buena empatía, probablemente debido a una común actitud iconoclasta o más exactamente vanguardista ante la vida y sobre todo ante el propio acto creativo, al que veían intrínsecamente unido al torrente mismo de la historia personal y colectiva. Calcularon la hora y ya debían volver al centro de la ciudad para tomar el bus en dirección a la playa de Colán. Intercambiaron algunas publicaciones, Carmona les dio su reciente opus ya citado sobre Vargas Llosa, y además otros volúmenes de cuentos de autores locales: Galletita de limón, de Josué Aguirre; Espectador invisible, de Ángel Hoyos; Blusa roja y otros cuentos, de Gerardo Temoche, y Ciudad percutora, de José Sandoval, todos editados por “Pluma Libre editores”, joven casa editorial piurana. Ellos, a su vez, le entregaron dos ejemplares de una revista que habían fundado y que se ocupaba de la vanguardia latinoamericana, sus principales temas, debates y representantes en diferentes épocas y ciudades. Su nombre era Caborca.

Volvieron todos al Hotel de Turistas de Piura, y con autosuficiencia y seguridad pidieron sus mochilas que allí dejaron encargadas, hacía ya unas seis horas más o menos. Carmona dice que sintió un estremecimiento y pensó que les cobrarían o les dirían algo. Pero nada, los encargados de la recepción solo les devolvieron sus cosas y, eso sí, los quedaron mirando hasta que salieron de aquel hotel donde, de seguro, el novio y la novia, que la noche anterior habían organizado allí una recepción en la piscina, todavía dormían; quién sabe si también otras parejas de invitados hacían a esa hora lo mismo, unos sobre otros.

¿Qué cómo sé yo tantos detalles? Porque días después me lo contó el propio Carmona, y porque luego de varios días sí pude quedar con Arturo en esta misma plaza, y en las dos horas que anduvimos juntos, de arriba abajo por las calles, hablamos también de ese amanecer en Piura. Por mi parte también le regalé algunos fanzines de poesía que edito con algunos jóvenes amigos, y él me regaló un ejemplar de su revista y una colección de poemas que hace varios años publicó, unos poemas extensos donde se mezcla el amor, la guerra y la esperanza. No sé cómo llamar a esa poesía, quizá algo como utopista o solar. Por lástima, Ulises ya se había adelantado a Belano y estaba, aquella noche final en Piura, camino a la capital del país pues allí tenía cita con un editor para su novela. En pocos días más debían tomar el avión que los llevaría más al norte, pero esta vez del continente.

En el terminal del bus Línea con que retornaba Arturo a la capital (previa escala en el puerto de Chimbote, donde debía ver a alguien: no me dijo a quién, ni se lo pregunté, claro) nos alcanzó Carmona. La despedida fue breve y desordenada porque Arturo quería viajar con toda su mochila en la parte superior, no confiaba en las paradas durante el trayecto. Al final, la muchacha que atendía en la recepción no solo le permitió que viajara con su bulto a cuestas sino que le dio un número telefónico por si otra vez volvía por esta ciudad. Entre sonrisas y manos al viento lo vimos zambullirse en el último bus que iba para el sur, y ya no supe más de él hasta ahora que lo recuerdo, no sé por qué, de esta manera tan veloz.

HAPPY NEW YEAR EN COLÁN Y MÁNCORA ES LA TOS. TOMA TRES.



El sol abrasador de Colán, mototaxis y combis que iban y venían locos por dos largos caminos de tierra: un brazo para entrar desde la Panamericana Norte, otro que surcaba entre casas, restaurantes y las pocas bodegas de aquel otrora balneario de la gente-bien, léase hacendados o descendientes de hacendados en Piura. Es la historia del norte agroexportador, aquel donde de tanto indio muerto o fugado, en la primera mitad del pasado siglo, se tuvo que importar chinos esclavos, léase coolíes, para trabajar en las grandes haciendas norteñas, algunas cubrían Costa, Sierra y Selva, legendarias familias de hacendados.

Colán fue uno de sus balnearios predilectos, la niña de sus ojos, y lo fue también para los nuevos ricos de Piura y alrededores, quienes con el paso del tiempo, la migración interna, las mezclas odiosas y todo aquello abandonaron esa playa y fundaron otras, años después, como la exclusiva Asia en el kilómetro 97, al sur de Lima limón.

Pero esa tarde del último 31 de diciembre, cuando los dos ideólogos del realismo visceralista aterrizaron sus largas humanidades y bártulos en estos 2 caminos de tierra, en Colán, estaba todo tan lleno, tan rápido, tan ruidoso que era como llegar al mismo mar de los sargazos pero más revuelto que nunca, y pensaron que quizás no había sido una feliz idea venir a esa playa donde al parecer no había dónde sentarse ni dónde pasar la noche ni dónde tomar tranquilo un fresco aire marino al margen del Se Vende Compre Esto y Aquello Consuma Aquí Aquí No Venga Pase Tome su Vuelto Apúrese Que Otro Se Quiere Sentar Tragar Chupar Pagar Seguir...

Felipe de las Heras y Demás Hierbas le espetó un seco “No” sin mirar a Belano cuando este asomó su peluda cabeza en la entrada del alojamiento y preguntó al propietario si quedaba alguna habitación libre para dos, y al mismo tiempo del monosílabo el buen Felipe lustraba mentalmente sus ganancias en esos días de fiesta con su hotel de marras, y atendía a los señores que se abanicaban sobre unas poltronas playeras cerca pero no tanto del gentío en ese 31 de diciembre en Colán. “Nos jodimos” pensó Belano, y sin esperar otra palabra Ulises preguntó en voz alta “¿A dónde vamos?”, y seguían pasando locos mototaxis y pequeños jeeps playeros tirándoles todo el polvo de ese camino paralelo a la playa que nunca nadie ni los ricos ni los pobres, viejos o nuevos, habían intentado pavimentar. Así que como si no puedes con tu enemigo únete a él, se les ocurrió preguntar a un mototaxista dónde podrían hallar hospedaje bueno y barato, este les respondió que a la entrada de Colán los pescadores alquilaban habitaciones baratas. Allí los llevó por la módica suma de dos soles, y en la entrada de una simple casa de una sola planta la familia se apuraba en la limpieza porque era 31 de diciembre y todos llegaban a esa playa. Carlos Chauca los recibió con una sonrisa tranquila, les dijo las condiciones, sobre todo les mostró una habitación simple con dos camas paralelas que la llenaban casi por completo, baño común (con su cucarachita de yapa) y familia Chauca incluida, todo por 100 soles la noche/ por persona, precio que no les pareció ni playero ni popular pero vistas las condiciones en la lejanía de la Panamericana no les quedó más que tomarlo con buen humor, pensando en la noche de año nuevo y la playa diaria de la que disfrutarían desde temprano, a tiro de piedra.

Elena Panduro Chacaltana, esposa de don Chauca, les pidió que se dieran una vueltecita, que dejaran nomás allí sus cosas, porque quería poner a punto la limpieza. Que en breve llegarían además unas chicas muy lindas que también habían separado habitación. Así que ambos aceptaron la propuesta de doña Elena, y aunque todo estuvo bien después, esas chicas lindas nunca llegaron. Misterios de la palabra norteña.

En Colán, en esa habitación, estuvieron tres días, recibieron el 1ro de enero de una manera muy peculiar, compartiendo una botella de ron Medellín y en medio de un apagón total propiciado por el encuentro de la poesía y los deseos de ambos, en la mesa de un pequeño negocio, al lado de un restaurante muy bullicioso que también quedó súbitamente en silencio, como todo Colán, y todos mirándose las caras peladas o lo que quedaba de ellas y de las palabras entre la oscuridad inesperada



Mucha gente, sobre todo jóvenes, iban de un lado a otro celebrando desconcertadamente el año nuevo como en una película de los años 80 que empezaba en apagón o siniestro. Los anticuchos y diversas parrillas seguían ofreciéndose, así como alguna que otra música desde los autos estacionados, cientos de latas de cerveza destapándose, pero era evidente la confusión en esa mezcla de voces al fin humanas y luces de velas o lamparillas. Como en el primer día de la creación: Jonás en la panza de la ballena.

Hasta que la energía eléctrica se restableció carajo y todo volvió a la normalidad, menos para Ulises Lima y Arturo Belano que habían parlamentado durante un buen rato con Baudelaire, su gato y los simbolistas franceses, con Oquendo de Amat y la vanguardia de principios del 20, con Martín Adán, Vallejo, Miguel Hernández, Lorca, Bertolt Brecht, John Reed, Marx, Engels, Italo Calvino, Walter Benjamin, David Bowie y, en fin, una larga legión de real visceralistas durante esa media hora en la que todo para ellos fue tan normal, una vida sin tarifas pre pago, ni celulares constantes, ni obsesiones por comunicarse a toda hora, ni ruidos o luces embrutecedoras que impedían articular cualquier pensamiento o hasta el mismo corazón del silencio: poesía no dice nada, se está callada escuchando su propia voz. Ello harían luego cada noche que pasaron en Colán, y en la madrugada del 1ro de enero salieron borrachos por detrás de las casas que daban al camino de tierra, y bordearon la playa saludando a hombres y mujeres desconocidos que por primera vez mostraban una sonrisa, un timbre amable en la voz, efecto del año nuevo, del alcol, de la noche fresca, la compañía del mar y las estrellas, o lo que sea, pero eso era así de feliz. Caminaron por la estrecha orilla, sorteando amontonamientos de rocas y los soportes de madera que elevaban prudentemente las casas de playa, hasta que llegaron a un territorio no ocupado donde continuaron con el ron y la cola y el diálogo con todos los amigos y amigas muertos, y a la vez vivos, en ese 1ro de enero en ese mar sereno de la costa norte del Perú.

Allí fue que leyeron, cara a las olas, el bucólico poema que Fabián Junior, joven poeta de Piura, les había enviado por internet. La única cabina y locutorio en todo Colán estaban administrados por un tal Iván Sthays, descendiente de alemanes, y que debió haber sido el único que abrió su tienda ese 31 de diciembre y el 1ro de enero desde muy temprano. Belano leyó el poema de Fab. Junior esa madrugada con Ulises, en la larga playa de Colán:

Vallejo y Colán

Vallejo ven para tomarnos unas chelas con toda la Mancha,
bajo un cobertizo de palmas en Colán,
frente a la mar,
mirar a los botes que esperan el amanecer,
leer tus poemas y dolernos mucho más de todo lo que nos circunda,
porque tienen miradas de siglos,
siglos que turbaron el paraíso.

En esta playa se puede andar descalzo,
recoger la arena y hacerla del viento marítimo.
Se vive tranquilo
y te puedes acostar a recordar a Mirtho.
Las olas llegarán espumosas a tu cuerpo y aliviarán tu cansancio.


En esa playa se quedaron un par de horas hasta que agotaron el trago. Cuando volvieron al pueblo intentaron sin éxito hallar alguna fiesta entretenida, pero o la música que ponían no les divertía o los guardianes cobraban demasiado dinero para una simple fiesta de fin de año en una playa. En un club exclusivo dieron el nombre del amigo de un amigo, un tal Dr. Eró de los Ríos, y aunque los policías y guardianes privados rodeaban ese club como a la niña de sus ojos, Belano, con su calavera mejor vestida que nunca y su sonrisa congelada en una mueca misteriosa, de alguna forma consiguió que uno de esos guardianes matones se largase a buscar a dicho Dr. de gran talante y alcurnia, socio piurano de tal club, aunque la mala noticia fue que no lo encontró entre tanta linda pareja bailando. En fin. Ambos pensaron en trepar el cerco, pero ya les pareció demasiado, y además el apagón, su amigo secreto, su arma secreta convocada, ya se había marchado y no era la mejor idea saltar muros privados con tanta luz y seccurité alquilada alrededor.

Carlos Bacacorzo estaba friendo unas carnes en su pequeño restaurante familiar y allí recalaron ambos para tomarse unas últimas cervezas al amanecer. Con él hablaron largo de Colán, las familias, sus historias, inclusive los anhelos y utopías del propio Bacacorzo, hasta que de pronto Belano le soltó a bocajarro la pregunta de si alguna vez alguien había muerto en sus brazos, porque sino no sabía aún lo que era vivir. El buen Carlos Bacacorzo lo pensó un momento, y ante la insistencia de Belano le dijo a Ulises Lima que no, y preguntó que si eso era malo, entonces Belano jaló del brazo a Ulises y se marcharon a dormir al cuarto de los 200 soles.

Aunque los días de playa estuvieron soleados y simpáticos, empezaron a aburrirse a medida que se alejaba el 1ro de enero y con él se iba la gente de vuelta a sus ciudades, oficinas, hogares y demás cubículos personales. El orden llama, como dicen.
Así que caminando en busca de una diva peruana, la hermana de un poeta piurano amigo, dieron con la casa de su familia, y aunque ella no estaba ni había venido todavía (aunque en dos bodegas les dijeron que sí había estado allí de compras el día anterior), hablaron con su sobrino Pedro Digerido del Mar, que los recibió algo cansado, también casado con hijos pequeños, y con cierto malestar por tanto trago, y entre sonrisas piuranas les contó de Máncora, de cuando él iba joven y soltero a esa juerga permanente, de cómo ya no iba porque se sentía mal de ver la diversión en la otra orilla, casado al fin, y les habló del turismo, la playa, las hermosas mujeres, y entonces se despidieron con una frase que cambiaría sus vidas, Pedro les espetó que Colán era para las familias, y Máncora para divertirse a lo lindo. Caminando entre el polvo, al regreso hacia el alojamiento, Ulises interpretó, o masticó, filosóficamente esas palabras y anunció con solemnidad su decisión de volver a Máncora, aunque sea solo, un día próximo.

Conversaron, vieron horarios de viaje, dinero y todo eso, y entonces Belano le gritó que se iban juntos carajo a Máncora y ya mismo. Ulises sonrió de oreja a oreja, y le confesó que hasta el cansancio se le había pasado. Así que llegaron prestos a la casita de los Chauca y Panduro, quienes los recibieron como a dos héroes, con una sonrisa amigable como diciendo a qué hora nos pagan, buenos chicos, pero grande fue su asombro cuando los 2 inquilinos del cuarto de al lado entraron y al rato salieron con sus mochilas, se despidieron de la mejor manera sin medias tintas, y tomaron el primer auto que los llevó a Piura de donde salían todos los EPPO a Máncora Beach. En el camino pensaron que al fin se ahorraban dinero y que las últimas balas de plata se dispararían más al norte. En la despedida de Colán y ya en el terminal del EPPO tomaron unas últimas cervezas heladas, y creyeron percibir que otra vez la gente sonreía más fluidamente y mejor. “¿Así que Máncora es la tos?” “Simón”.

PÁGINAS DE “DIARIO DE UN SURFISTA VIRTUAL” (E-MAIL DE ULISES LIMA AL PATTER FAUNO DE ESTA FIESTA. 25 FEBRERO, 2008). TOMA CUATRO, Y FINAL.

Llegar a Máncora, encontrar lo esencial del ser humano, una habitación para vivir esos días, buscándola, al fin después de vueltas una barata, increíble, 10 soles/ por persona, nada que ver con Colán. Y Máncora con su fama de pituca, de paraíso surfista. Allí fue que Ulises desenvolvió su teoría acerca de la filosofía surf, rastafri, de no poner fronteras, de vivir todos juntos en un mundo común. A Belano eso le sonó a sueño bonito, pero nada más.

Los días en el trozo de carretera, salida de Máncora, donde se arraciman bodegas, restaurantes, parrillas, acróbatas, discotecas, borrachos, camiones, autos y buses interprovinciales que entran y salen de noche y madrugada le darían la razón. Luego de instalarse en la habitación y caminar por la limpia playa de Máncora, allí encontraron un restaurante de pescados atendido por niñas y su abuela sonrientes, donde decidieron almorzar cada uno de los 5 días que allí pasaron. Les atrajo el humor, el ambiente familiar, la excelente comida, y ese plato tradicional, el ceviche, exquisitamente preparado.

Ni el restaurante naturista de Ángela, un austriaca que se había afincado en Máncora trayendo la antigua culinaria new age, sana, vegeta, que a Ulises no le llamó la atención porque le pareció que eran platos sencillos, y a un precio nada naturista, ni ese restaurante les atraparía como aquel de la playa atendido por la familia piurana más amable que hallar pudieran.

Pero Ángela había montado todo un show business en su local, pues había una biblioteca con libros viejos que estaban a la venta, tenía trípticos y diversos libros de turismo a disposición de quien quisiera consultar rutas, atractivos, precios, ofertas y más. Vendía además productos diversos, todos naturales y sanos, claro. Y las camareras atendían con una parsimonia naturalista que podría exasperar a los predispuestos al estrés, allá ellos. El márketin austriaco había acondicionado de tal modo el local que lo volvía un punto atractivo por las noches, para quienes estuviesen con deseo de refrescarse en una terraza, comiendo productos ligeros que no robasen sitio a las cervezas y tragos preparados que aguardaban agazapados en las noches mancorereñas.

En efecto, en la esquina de salida y entrada de autos y camiones, aquella donde por un designio divino aun no había muerto nadie atropellado entre las ruedas y los tragos y las drogas, allí se agolpaba cada noche en suerte de juerga interminable la gente que poblaba ese balneario en ese comienzo de año, ese verano en que Belano y Ulises deambulaban de puesto en puesto, buscando a las chilenas o la alemana que habían conocido una tarde en la playa.

Las chilenas estaban de vacaciones, como tantas otras chilenas que cruzaron esos días por allí. Una era química, la otra era sicóloga, y querían conocer gente buena, bonita, correcta. Belano y Lima estaban más bien con ganas de tragarse el mar, y sus álgidas historias por el mundo terminaron por alejar a esas nobles muchachas. Con la alemana, que también andaba de vacaciones y esperaba a una amiga peruana que debía llegar de Tumbes en cualquier momento, Ulises tuvo una obsesión por lástima no correspondida. Él creyó que había encontrado, al fin de esa larga marcha, alguien con quien entenderse en las cálidas noches piuranas. Sin embargo, por misterios de Poseydón y las estrellas, la alemana tenia otros planes, y decidió irse con su amiga peruana a dormir juntas en un hotelito de playa. Ella le dijo mirándolo fijamente a los ojos que era lesbiana, y que si eso no le molestaba. Ulises sonrió mirando el horizonte de melón derretido, sorbiendo todavía la chata del ron Cartavio con cola que con Belano tomaban y tomaban desde que pisaron Máncora: “el amigo de los niños” lo habían bautizado. Y antes de responderle evocó los días invernales en el colegio jesuita de la Inmaculada cuando llegaba tarde y, en la puerta el aula, Miss Nelly lo miraba fijamente a los ojos, con severa autoridad, y le espetaba por qué llegaba tarde, otra vez tarde. Y su madre cariñosa trataba de disculparse con buenos modales. La maestra hacía como que entendía. Pero cuando la madre se iba, tranquilizándolo de lejos con la mirada, Miss Nelly cerraba la puerta del aula, en ese colegio de curas y monjas, y el patio de primaria se comprimía sobre Ulises niño, mientras toda el salón lo miraba escuchando el sermón de la montaña que la maestra les decía acerca de la puntualidad, la responsabilidad etcétera etcétera. Palabras que iban llegando con el ron la cola y el mar, y esa chica alemana que le decía que no, Ulises, no quiero ir contigo a ningún sitio, que me encantaría, pero que a mi amiga no le caen bien los hombres.

Sintió que había más hilos por desanudar, pero ya no quiso preguntar más, dijo algunas palabras tontas y se despidió con la imagen de ese colegio, y de la alemana que lo miraba fijamente. Cuando hubo dado unos pasos hacia la orilla, esta lo alcanzó, le dio un beso largo en la boca boa y le dijo que quizás podían verse luego, cuando la peruana se hubiera ido, que las cosas podían ser de otro modo, que sería bueno hablar. En fin. Ulises le dijo que sí, pero internamente había decidido seguir hablando con el amigo de los niños, y también con sus compañeros de primaria, esos que corrían de un lado a otro jugando a ladrones y celadores, primer patio de colegio. Y recordó, además, el ron fluía en su boca y su garganta, el día cruel que entró urgido al baño común, se ocupó en un guáter, y cuando había terminado de cagar se dio con la sorpresa que no tenía papel con que limpiarse. Empezó a sudar e imaginar que todo ese colegio lo iba a encontrar sentado con el culo lleno de mierda, y que lo iban a matar en una plaza pública, previos sermones, y que su madre se mataría tratando de explicar sus problemas, su infancia, su soledad vacuna, y en medio de esos fríos sudores y cielo en sombras Ulises, niño indefenso, vio que entraba al baño el buen Raygada, un compañero de aula que le invitaba sánguches de mantequilla que llevaba en su lonchera de metal con dibujos, en el bus de mañana del cole, que estaba lleno de granos en la cara, que era punto de burla de los demás, que no mataba a nadie, que era alguien o bueno o muy dócil, de cualquier modo, algo peligroso en un colegio de varones hambrientos, y entonces le gritó Raygada, Raygada, tráeme papel higiénico, y aunque no creyó jamás que eso ocurriera, Raygada volvió con el papel salvador, y fue entonces como que la humanidad volvía a ser buena, y que las personas existían, y que todo estaba mejor, la paz, la mierda, el culo, el guáter, el cole, Raygada, la paz, las avispas, el taco. Si tan solo pudiera escribir de forma automática en la playa, en una computadora o en una máquina Underwood, se dijo Ulises entre ron y ron, mirando el horizonte, sabiendo que la alemana se estaba marchando por la orilla al hotelito a ver a su amiga.

Pero en las noches de Máncora era “la gringa” el motivo inspirador de Ulises y Belano. La gringa en realidad era un gringo surf, pelo largo al viento, que solía lucirse muy bronceado con poca ropa, y que una noche Ulises había confundido con una mujer sentada en una vereda. Belano le insistía que no, que era un hombre. Ulises porfiaba diciendo que mire esos brazos, que era un ella y no un él. Hasta que este se paró y fue claro que la gringa era un gringo piurano. En fin, se quedó con el mote y Belano le decía riendo, siempre que lo veían deambulando, allí va tu gringa.

Una noche, luego de unos rones en la esquina del movimiento, se desató una batalla campal entre los surfistas, un pelado hooligang y los mototaxistas que pululaban por todo Máncora al acecho de clientes. Los mototaxistas no eran ninguna banda de rock, sino que eran más bien gente de tez más oscura, trabajadora, de mirada torva que hacía taxi en motos acopladas con vagoncitos. Es decir, que la filosofa surfista de Ulises no se confirmaba para nada. Y al parecer algún borracho había acosado o tocado a alguna muchacha con mini, y se le había respondido, y todos participaron en una batalla donde Ulises y Belano solo distinguieron dos bandos, el de los surfistas mancoreños y los mototaxistas: todos peleándose entre ellos, hasta que una botella de cerveza se rompió en pedazos sobre la cabeza pelada del hooligan, a quien tuvieron que pasarle la voz de que alguien le había roto la botella, y que algo de sangre caía desde sus papaya pelada para que este reparara en lo que le había sucedido. Al rato, un gordo también de tez más oscura embutía en un mototaxi al borracho que le había roto la botella al pelado, finalmente lo consiguió, el mototaxi arrancó. Al darse cuenta de todo ello, el pelado reventó a patadas la mototaxi, y Ulises comentó que la patada debía haberla tirado contra el borracho agresor, no contra la mototaxi, que había tíos que no sabían pelear.

Mientras, un gordo alto, miope y fofo seguía intentando prender una parrilla en su local; otro pelado, más pequeño y agarrado, pero que sí sabía hacer sus parrillas, y que se juntaba con los mototaxistas, no se metió a defender a nadie cuando ocurrió la bronca: todos son mis clientes, dijo. Puto capitalismo. Otro hombre, gringo, alto y al que le faltaba un brazo, vendía cocktails, vodka con naranja o limón, a precio rebajado. En una pequeña bodega, una señora con su guapa hija vendían a Ulises y Belano su menú, es decir chata de ron Cartavio con cola. Y en todas las discotecas abiertas se podía entrar, divertirse y salir sin pagar nada, a diferencia del año nuevo en Colán. Así que esa juerga era permanente, pero la filosofía igualitaria del surf, según Ulises, había quedado desbaratada por los hechos concretos y bien duros.

Otra noche, en un pub musical en la carretera, una morena algo mentirosa se dio un beso con Belano, mientras este la miraba y la miraba, y le contaba historias inventadas o reales de los viajes que habían hecho con Ulises Lima. Ella le dijo que cuidara a su amigo, que estaba muy borracho. Belano escuchó y le dijo que ella nunca llegaría la Luna, y le recitó unos versos de Neruda acerca del amor, unas largas piernas desnudas y la muerte, ella escuchó todo con suma atención, le estampó otro beso y volvió a repetir a Ulises que cuidara de su amigo.

El último día en Máncora, Ulises y Belano vieron en la playa, donde acababa de terminar un campeonato de tabla, a dos jóvenes peruanos: uno recitaba un largo poema de Enrique Lihn, el otro lo grababa con una cámara digital. Se mantuvieron a distancia, porque la situación llamó poderosamente su curiosidad, pero escucharon todo ese poema que hablaba del colegio, la educación burguesa, autoritaria, y unos ex alumnos solitarios, pobres y rebeldes. Aplaudieron en silencio y a Ulises Lima una láccrima pareció caérsele de un ojo como en esa peli Cry Baby, y Belano dijo “grande Lihn”. En el silencio de Máncora, a Ulises no le quedo más que asentir.

Juntos siguieron rumbo hacia el final de la playa donde había un hotel caro y su propietario, el gringo Schuller, del cual les habían contado una historia salvaje: que hace tiempo trataba mal a los pescadores, mataba sus perros que se acercaban al hotel. Hasta que una noche de esas que andaba por la playa, los pobladores lo cercaron y le dieron tremenda paliza que le dejaron moña la columna. Desde entonces ese hombre tenía más cuidado de con quién se metía. Pero el gringo Schuler era sobre todo famoso por contar chistes; de hecho, en las paredes de su hotel había decenas de fotos y recortes periodísticos con sus presentaciones entre amigos, y fotos con famosos, como p.e. Bryce Echenique, ese narrador humorista del Perú. Ulises tuvo la buena percepción de decirle a Belano que todo eso estaba en decadencia. Belano le preguntó por qué, cómo lo sabía. Ulises le dijo, ¿te has fijado en las fechas de los recortes? El último con Schuler sonriente y bronceado era de hace 10 años. Ese hotel sobrevive por su fama, pero tarde o temprano será engullido por la competencia. Y vieron, a lo lejos, cómo crecían otros locales en Máncora. Volvieron caminando, recitando de memoria otros poemas de Enrique Lihn, mientras se cruzaban en la orilla con la morena mentirosa, la alemana y su amiga peruana, el gordo pelado de la parrilla, el calvo hooligan (con una curita en la cabeza) y, por supuesto, con “la gringa” y sus amigos. Belano le dijo a Ulises Lima que esa noche, la ultima en Máncora, no sabía si usar un color agresivo de camisa o uno suave. Ulises se rió mucho, y le dijo que para la gringa el dilema era de otra dimensión: si usar esta noche cuchillo o metralleta. Ulises estaba seguro de que más tarde, en la salida de Máncora, correría sangre después de los sucesos del día anterior.

Error. Esa sería más bien la noche de Angie Jibaja, una joven y provocadora modelo peruana llena de tatuajes, que recordaba a la portada del Tatttoo You de los Rolling, y que se enfrentaría sola, semidesnuda, contra un trailer que se atrevio a tocar la bocinaza a unos lanza fuegos que obstaculizaban su camino. Pero todo ello ya lo ha contado alguien más.


El final de esta historia sería en el aeropuerto de Lima, antes de partir de este país y sentir debajo las faucces de una fiera, como alguna vez dijo el narrador Manuel Scorza (quien justamente murió en un accidente aéreo, junto al crítico Ángel Rama y otros escritores). Algo así recordaba Belano, y se lo dijo a Ulises mientras subían al avión que los llevaba directamente al DF. Pero Ulises no escuchaba, estaba pensando en Raygada, y en la mierda expulsada con culpa aquellos años de primaria en el colegio de curas y monjas, y por supuesto pensaba en su último año en secundaria, y que con otros amigos sacó un periódico escolar de izquierda. Pero, sobre todo, en la muchacha que conoció en el cole de mujeres, enfrente del suyo y también regentado por monjas, y cómo se enamoró perdidamente de ella haciendo el mismo periódico escolar entre estudiantes del último año de ambos colegios. Y cómo una noche que se iban juntos, solos en el asiento trasero de un auto que los recogió del camino (en esa época aún existía y funcionaba hacer autostop en las pistas), él le dijo que tenía frío, que quería su mano para abrigarse. Y la respuesta de ella fue: cuando me pasa eso pongo mis manos bajo mis axilas y así me caliento. Le dijo, además, que no podía haber nada entre ellos porque ya tenía enamorado, un chico mayor, universitario, que proyectaba películas en un conocido cine club del DF. Esa noche, en un auto desconocido, en una ruta perdida, parecida a la salida de Máncora, Ulises Lima no lo sabía aún pero su destino quedaría marcado para entregarse a la poesía, real y visceralmente.

Años después conocería a Belano y juntos harían muchos viajes, sobre todo después de que con Cesárea Tinajero encontraran los gélidos brazos de la muerte en uno de los lugares más calientes del planeta. Sonora oh Sonora, ¿volveremos a vernos? ¿Volveremos a vernos? La pregunta resonaba en el viento, cuando los motores del avión empezaron el ascenso. Belano estaba dormido en su asiento, al lado, una pálida sonrisa alumbraba su rostro con la luz crepuscular de esa tarde, abandonando el aeropuerto Jorge Chávez rumbo al norte pero esta vez del continente. Debajo, las faucces se iban cerrando con frustrada voracidad. Extraño país, musitó Ulises entre sueños. ¿Nos volveremos a ver, amor? Simón, Nel.

“A los real visceralistas nadie les da NADA. Ni becas ni espacios en sus revistas ni siquiera invitaciones para ir a presentaciones de libros o recitales.
Belano y Lima parecen dos fantasmas.
Si simón significa sí y nel significa no, ¿qué significa simonel?
Hoy no me siento muy bien”.


(poeta García Madero, 14 de diciembre, en Los detectives salvajes:113)



E L N A C I M I E N T O D E U N A N A C I Ó N


Dos cuerpos relativamente jóvenes sobresalen por
las puertas de un auto negro

Sangre, fragmentos de vidrio, un poco de humo
y polvo son la escenografía
de este pasaje en la carretera hacia el desierto
de NO

Al lado del auto destrozado /a balazos y golpes/
hay señales de otros
que rápido frenaron para acribillar a los perseguidos de la
ley
la ley la ley la ley la ley lá

Entre su castaña cabellera, sangre y
tierra aún pegadas al rostro, endureciéndose,
ella parpadea, esforzadamente
mira alrededor

nadie sino lo dicho
viento silbando entre cavernas
y huesos animales
Algo brinca entre la hierba,
ella cree que son los buenos que vuelven a
repasarlos
y sólo es un inocuo roedor

Él no dice nada pero también sobrevive

Algo dice que su pareja entiende casi
a la perfección, como si la muerte les in-
ventana un lenguaje suprahumano
“¿Ulrike?”
“Sí, sí. No te esfuerces. Cálmate”.

Él imagina a su familia entre
el enemigo: su madre, su padre, algún hermano,
algún pariente
y no es verdad; es mero efecto del dolor
y de las balas

Ahora ella repta difícil
bajo el pesado sol
amazona, aparta a su compañero
del auto
que al fin estalla en pedazos:
una pierna de fuego sube hacia el culo de Dios

Critias
se une poco a poco a Ulrike
no ven muy lejos:
el sudor y lo demás;
maldicen y revisan sin palabras sus errores
un aroma helado reanima su imaginación

con labios cerrados se miran todavía
y aun sonríen
perforados,
tenaces

Él toma su mano y
siente abajo venirse el mundo

mañana las noticias dirán
de esta muerte
el desayuno de aire de Ulrike
y C.
bajo el oro de los árboles
y el río, camarada
que une sus heridas
que amanece.

jn. 97 bcn.

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