miércoles, diciembre 28, 2005

LA CIUDAD DE LOS CÉSARES



Pocos serán los que no se levanten, los que no se levanten

con nosotros y no vayan sonrientes


Saint John Perse


Desde el tejado nos contemplan los gritos en llamas de los siglos, Aníbal expectante frente a la otra orilla, recuerda los cantos de todo un pueblo, entre la paz de Ngai y las fiestas de Odwera, el más silencioso, era el fin de la Cuarta Guerra Púnica, los africanos apenas regresan victoriosos a la aldea, “os saludamos caminantes, estirpe de leones y mapas estrellados”, vistiendo ropas de lujo y mostrando sus monedas de oro vinieron, trajeron consigo sus esclavos, románticos y barbados nos decían las mil y una noches de su patria, del Preste Juan, de los Campos Eliseos y de sus ritos fúnebres, hombres y mujeres sepultados con monedas de cobre latiéndoles en la hierba de los ojos y en la punta de sus lenguas, monedas de cobre en las palmas abiertas del barquero que los cruza al otro lado, porque también en la región de los muertos hay el otro lado, pero esta vez más cercano al nuestro,
la vida en la aldea ya no fue la misma desde esa tarde, 40 grados a la sombra, el té hirviente a la vera de las palmeras de Dakar amargaba en nuestras bocas por lamer tanto el oro, oro que los africanos obsequiaron como muestra de la hospitalidad de nuestra gente, muchos como mi padre y yo, Aníbal, decidimos levantar las tiendas y empezar a caminar hacia el norte que es el oeste, la preparación no tomó mucho tiempo, partimos cinco hombres, las esposas, nuestras madres nos alcanzaron el pan y el agua la ocultamos en una bolsa de piel de chivo, en una semana, según los mejores pronósticos de los guerreros cartagineses pondríamos pie en las fuertes y factorías de Iberia, con pateras listas para cruzarnos al otro lado, donde ya habían empezado a construir más ciudades y se habían reiniciado las luchas,
Hasta aquí olíamos la reventazon dulce, los inmensos muros celestes y cercas multicolores, las olas del mediterráneo, las columnas temblando desde sus cimientos de coral, los caballos y tritones del dios del gran río defendiendo con fiereza sus riquezas
ante la inminente llegada de estos oscuros invasores, unos kilómetros más adelante, con los pies hinchados, pasamos por Gao, allí nos topamos con los númidas descansándose fuera sus tiendas. “Pasen, hermanos del otro lado del río, pasen, tomen un poco de té, descansen, caminantes”, Néstor, el viejo rapsoda nos entretuvo durante largas noches, que fueron solo una, inventando el sonido inmortal y misterioso de las tormentas de arena, y cantó las hazañas del gran rey cartaginés, las glorias de los elefantes africanos que una vez cruzaron los Alpes, llenando de espanto y zozobra, pisoteando las mejores legiones de la Ciudad de los Cesares, pisoteando las laderas orgullosas de la Lombardía, pero no sólo cantó el rapsoda del relámpago que emanaba del beso de sus lanzas, porque luego de las guerras, bajo la protección de Kush, los númidas habían comerciado con el otro lado y las aldeas del África del Norte.
“Ellos no entienden nuestras razones, aventureros, potros nacidos de la savia del árbol Seth, con la espina de Timbuktu atragantándoseles en sus gargantas ávidas de tierras bárbaras y maravillosas, nosotros somos raza de peregrinos, espuma de aire que da nombre al desierto, con el recuerdo de un sol tatuado en nuestras pieles, no necesitamos aprender otras lenguas, años ya, las cohortes de la Ciudad de los Cesares dominaron estas rutas del comercio de esclavos, abandonándolas luego sin dejar un solo peregrino en pie, se los llevaron a todos, los arrancaron púberes de los senos de Ashanti, para servir en tierras lejanas que huelen a caña y algodón, donde los lobos dan saltos y se cuelgan alrededor del cuello de la luna, el cisne de sus noches, y el hombre de arena perturba la risa de sus sabios,
Ahora ellos siguen confundiendo a los peregrinos que largamos para allá, confundiendo la preciosa sal con sus monedas, un día quisieron volver, pero los echamos a punta de la preciosa sal de nuestras lanzas, llevando la lucha hasta sus fronteras, y ellos sin culpa alguna utilizan la imagen de los tracios, para ponerle más tierra a sus abusos, ¿acaso los tracios — Hermanos — incendian las Bibliotecas de Alejandría o Sarajevo? ¿Sólo los tracios comercian esclavos entre Recife y Curazao? ¿Están acabando ahorita mismo con los bravos apaches y sus bisontes solares? ¿Arrasan con Hanoi y los jardines colgantes de Ishtar? ¿Siguen subyugando con sus rápidos bajeles las provincias plenas de Incienso y Mirra, el Indostan de los Brahmanes, los cuatro elefantes que sostienen el mundo conocido con sus lomos solidarios?,”
unos kilómetros dentro las fauces del sueño de mayo, la madre ballena, peregrinos como nosotros, acudían fervorosos en procesión desde todas las regiones del África, incluso de los reinos ricos de Benín y Saba, enterraron sus pacientes huesos en la hambrienta panza del desierto, el modesto hábito, el cayado y la concha cocida en nuestras carnes, no desanimó a los tuaregs, los asaltantes de caravanas hundían sus cuchillos y machetes en los vientres imaginando encontrar en nuestras descocidas tripas las valiosas joyas, las monedas necesarias para alcanzar el aire, la visión del otro lado,
“El exilio no es el pexe alado de las horas”, las lágrimas del poeta extranjero sin infancia surcan también estas aguas, labios sin sus labios de arrecifes diminutos, solo quedamos mi padre y yo, los otros peregrinos se rindieron antes de arribar al cuello de la ballena, faltando veinte días de marcha para entrar en las tierras del gigante Anteo y sus montañas luminosas,
“estos son nuestros cuerpos cubiertos de plumas y penínsulas que pican por todas partes, parecemos locos purificados por la maldad de los hombres, buena suerte caminantes y fructificaos al otro lado para que sus parques una vez más sean centro de diversión y no solo el silencio de los antiguos augures, benditos sean”
Llegué muy tarde a las puertas de Tánger como luciérnaga apenas titilando, trabajé con la arcilla, todas las mañanas esperando la oportunidad de subir a las pateras, ya olía fuerte la abundancia y la alegría del otro lado, modelé el plano de una ciudad en la arena, me entretuve imaginando las monedas y los vestidos de lujo de los africanos que tomaron té en nuestras tiendas, algún día todo eso sería también mío aunque la boca se adormezca de tanto morder el oro, incluso sin piernas porque si quería conquistar la Ciudad de los Cesares lo más preciado había que sacrificar,
Mi padre murió a las afueras de Casablanca, cayó enfermo de improviso, creo más de penas de amor que de otra cosa, sus cabras eran todo para él, ¿ahora quién cuidará de su pequeño rebaño?, viejo pastor de negros ojos y lento aliento, con una sonrisa que expresa la sabiduría de los más viejos, lleno de semilla y cal duró unas cuantas horas, “me llevo el beso de la mujer que asola mis visiones con su voz,” fueron sus últimas palabras, resplandecientes en su misterio, en medio de las fiebres había soñado que estaría bien y me pidió que continuase con su bendición, así, arrojé harta leche de cabra sobre su cuerpo, descosí la concha de mi pecho y la tiré, con un poca de lonja ensangrentada, mar adentro y prendí fuego a las aguas, ardieron las aguas de abajo como una avecilla hermana del jardín de los justos y el humo se esparcía generoso hacia los cuatro rincones de la ballena, al apagarse el fuego, recogí los remanentes y llené mi bolsa con ellos, ya no hay en mí, rastro de inocencia, los huesos de mi padre crujen tibios en la panza de la ballena, y las arenas cristalinas, como este canto en sus hinojos, viajan conmigo por estos cielos fríos, con las palmas amarillentas y duras como cuero, río arriba para volvernos sueño y barro.

viernes, diciembre 16, 2005

conversa sobre poesia peruana de los noventas


El grupo Inmanencia en la movida poética peruana finisecular

Chrystian Zegarra: Inmanencia fue una revolución estética –y ética a la vez-, cuyo radicalismo apuntó a despertar del letargo al ambiente literario de su época con el fin de despejar su estado de “fatiga intelectual”. Para lograr este objetivo, se enfocó sobre la base de referentes míticos, esotéricos, filosóficos e incluso místicos –sin ninguna connotación religiosa particular, más allá de la que sugiere la etimología del vocablo, en el sentido de re-ligar al individuo con alguna esfera de mayor alcance-. La idea fue plantear un regreso a las fuentes primarias de la palabra -sacralizar la experiencia verbal- con el fin de hacer frente a la constante fragmentación y pasividad de una realidad asfixiante. Se postulaba una interacción entre el sujeto y el objeto nombrado por el lenguaje lírico, antes que su total deslinde y arbitrariedad. Todo esto estaba respaldado por una firme convicción en el poder de la poesía como vehículo para generar un espacio que enfrentara al hombre con el ámbito contemporáneo alienante para cuestionar, a través del fenómeno poético, la dimensión de su ser y estar en el mundo.
Carlos Villacorta: Inmanencia buscó regresar a la vanguardia literaria de principios de siglo tanto peruana como europea. La búsqueda significó devolver a la palabra ese viejo sentido de lo primigenio, de lo rituálico que la sociedad del siglo XX ha optado por olvidar cuando no borrar del mapa. El poeta, en ese sentido, debería tomar conciencia del valor de la misma poesía no sólo como medio de expresión sino como medio de denuncia de una sociedad que cada día más aliena y desbarata al ser humano.
Enrique Bernales: Después de que a comienzos de la década surgieran voces importantes dentro de la nueva poesía peruana como Monserrat Álvarez con su libro Zona Dark, Victoria Guerrero con De este reino, colectivos poéticos como Neón que incluía a poetas como Miguel Ildefonso, Carlos Oliva, Paolo de Lima, otros grupos como Noble Caterva donde participó Roxana Crisólogo, y después de la continua actividad de recitales de poesía por esos primeros años de los noventa, lo que siguió fue un gran vacío. Ya no había recitales, ni grupos, todo se paralizó. De lo que fue la joven movida poética en Lima no quedaba nada, consecuencia también del miedo que desencadenó la represión brutal del régimen durante la Guerra Civil que atravesaba por sus momentos definitivos. Ese vacío sin lugar dudas lo llena Inmanencia en 1998. Es anecdótico, pero en el mismo momento en que la sociedad civil iba cogiendo más fuerza para enfrentarse en las calles a la dictadura de Fujimori, a través de diferentes mítines políticos, y con la consigna: “el miedo se acabó”, aparece Inmanencia en el escenario poético peruano con la intención de remecer el ambiente literario. Fue un momento muy especial, ya los grupos de poesía estaban en plena retirada, y de repente, de nuevo, aparece una propuesta colectiva con su consigna: “la sangra pagana ha vuelto”, es decir, la poesía misma. Un libro rojo y misterioso, que proponía como tesis principal, el regreso al espíritu mágico del lenguaje poético, inundó las calles de la capital y causó una amplia recepción dentro de los diferentes medios de comunicación del momento, comentarios y entrevistas en los más importantes periódicos de Lima lo acreditan, como El Comercio, La Republica, otros, como el ya desaparecido Cambio, La Industria de Trujillo, revistas como Caretas, mostraron un gran entusiasmo por la nueva voz que dentro de la poesía peruana de aquellos años, significaba Inmanencia. La sinceridad para señalar que la poesía estaba por encima de todas las cosas y era lo más importante en la vida fue lo que más atención generó en la prensa escrita y en alguna entrevista televisiva.

El origen del grupo, estética y compromiso

Chrystian Zegarra: Inmanencia se origina a partir del diálogo y la discusión entre un grupo de conciencias individuales que, en los años de la segunda mitad de la década de 1990, meditaban acerca del valor de la palabra poética y el hecho mismo de producir poesía. La tónica general del ambiente intelectual de ese entonces era la apatía, la dispersión de propuestas, la falta de enfoque para concretar un proyecto valedero y vital, en términos literarios. Se ha pensado que el significado del nombre del grupo apunta a una experiencia encerrada en la palabra descuidando lo exterior, a la manera de las teorías inmanentistas del formalismo ruso. Nada más lejos de esa pretensión. Inmanencia debe leerse como una subversión en contra del platonismo, siguiendo la línea trazada por Deleuze en su lectura de Spinoza y Nietzsche. Es decir que no existe un mundo de esencias imperecederas hacia las cuales el poeta –o el creador en general- deba remitir su producción estética. No existe tal preeminencia trascendental. Estamos inscritos en un universo signado por el devenir y el tránsito. Y esto es lo real: la constante movilidad de la naturaleza, el hombre y los elementos. Esta es la auténtica inmanencia: percibir lo inmediato movible en contra de un recurso de fuga hacia una esfera donde lo estático permanente sería la finalidad de la existencia.

Carlos Villacorta: A finales de los noventas, los diferentes discursos en la sociedad (políticos, económicos, sociales o literarios) sean o no verdaderos, cayeron en un balde vacío pues la sociedad desconfiaba de cualquiera de ellos siempre y cuando estos no proviniesen de Fujimori. Esta sensación deviene en un malestar generalizado del que poco o nada se extrae. Volver a confiar en la palabra era, pues, un llamado de urgencia en una sociedad que sólo ha aprendido a usarla para repetirse incansablemente en el fracaso, para sacar provecho de sus mismos ciudadanos. De este proceso, nace Inmanencia.

Enrique Bernales: En el año 1996, con Carlos, Florentino y Chrystian, recién entrados a la escuela de literatura de la Universidad Católica, empezamos a reunirnos en parques, bares y cafés de Lima para compartir opiniones sobre la literatura en general y sobre nuestros poemas en particular, luego se dieron diferentes retiros al interior del país donde comenzó a surgir la idea de crear un grupo de poesía, así tras dos años de experimentaciones, aparece Inmanencia en el 98, grupo que se caracterizó por proponer un discurso único con respecto a las otras propuestas de los noventa, como las de Yrigoyen, Echarri, Helguero, cuya labor era sobre todo textual, Inmanencia se caracterizó en mezclar el texto con la performance y con la creación de un concepto artístico denominado recital/ritual. Así para el grupo era muy importante la interacción y la atmósfera de una comunicación íntima que se podía generar con el público que acudía a los eventos que realizamos.



El espíritu de grupo frente a la individualidad/ ¿Inmanencia: Antigrupo?

Chrystian Zegarra: El crítico y poeta Luis F. Chueca acuñó el rótulo de “antigrupo” porque, desde su perspectiva, Inmanencia representa “el revés de una experiencia agotada”. Es decir que, frente al descrédito de la filiación grupal en hermandades literarias hacia el último tramo de los años 90, Inmanencia tiene la capacidad de remecer el contexto literario en el cual se inscribe. Además, Chueca deja bien claro que lo que estaba agotado era la práctica grupal, mas no la temática de la poesía que Inmanencia abraza. Así señala que, a lo largo de la década noventera, ha existido –con persistencia relevante y no como puro accidente- un “espacio de ritualización” en la poesía peruana, el cual está marcado por poéticas que se desvinculan de la mimesis coloquial de la realidad para refugiarse en un “lenguaje misterioso y hasta sagrado”. Por esto, Inmanencia no es un experimento aislado. Más bien, la propuesta grupal aglutinó, dio forma, a voces individuales que, de otra manera, habrían producido por su propia cuenta un discurso ritualizado.

Carlos Villacorta: Nuestros dos primeros libros señalan tanto la estética personal como grupal de sus integrantes. Mientras que el primero es un (des) encuentro con el absoluto, el segundo se hunde en las inmensidades que yacen en todo ser humano. Si bien es cierto que existían poéticas particulares, trabajar en grupo siempre fue un gran ayuda a resolver nuestras mismas preocupaciones (no sólo estéticas). En lo personal, mi crecimiento poético no hubiera sido el mismo si no hubiera pertenecido al grupo. Pero esa misma libertad creadora era individual y grupal, lo que determina, creo yo, la denominación del crítico y poeta Luis F. Chueca de Inmanencia como “antigrupo.” En la medida en que el regreso a la palabra fuera la base de nuestro discurso, nuestras propias poéticas podrían desplazarse por las angustias personales de cada uno. Finalmente, Inmanencia era un acto de fe consolidado en una década en que ni la palabra ni los grupos poéticos habían consolidado un discurso nuevo y sólido.

Enrique Bernales: A modo personal, la experiencia del grupo marcó, inevitablemente, mi propia estética, pudiéndola resumir en el fin de la experimentación formal con el lenguaje. Sin embargo, fui plasmando dentro de la misma propuesta colectiva, algunos rasgos de mi poesía que eran anteriores a la existencia de la propuesta inmanente, por ejemplo: el ritual solar. Ahora bien, creo que sobre todo nos concentramos en un ejercicio de retroalimentación, pues poníamos a discusión nuestros textos de una manera diáfana. Proponíamos nuevas maneras, dentro de la experiencia de grupo, de encarar el tratamiento estético de los objetos que poetizábamos. Nunca dejamos de ser un continuo taller de poesía, como lo demuestra el cambio del lenguaje poético grupal del primer libro al segundo, del lenguaje como expresión de lo sagrado y lo mágico, al lenguaje de lo cotidiano, reconstruyendo, el eterno ascenso y caída del hombre desde los tiempos bíblicos o desde El Paraíso Perdido de Milton. Ahora bien, ¿en qué sentido fuimos un antigrupo como nos denominó Lucho Chueca?. Creo que hay dos comentarios que ante el público definieron lo que era Inmanencia, pero que, si mal no recuerdo, nosotros nunca confirmamos o negamos con nuestras propias palabras, me refiero, por un lado, a la introducción de Rocío Silva en el prólogo al primer libro: “la poesía conversacional ha muerto” y el apelativo de “antigrupo” lanzado por Lucho. El comentario de Rocío causó mucho revuelo y discusión. ¿cómo un grupo de poesía a fines de los noventa podía matar a la consagrada y canónica poesía conversacional? Muchos se horrorizaron y nos declararon su odio y envidia, lo que también se veía venir, por la cobertura que los medios de comunicación nos dieron. A mi parecer así como la afirmación de Nietszche: “Dios ha muerto” no estaba matando a dios. La afirmación de Rocío, no estaba matando a la poesía conversacional, sino que estaba haciendo hincapié en que ésta había caído en una permanente repetición como propuesta estética y que la propuesta de Inmanencia estaba abriendo un camino nuevo que llevaba a cuestionar el desgaste del coloquialismo y que lo invitaba a reinventarse. Por otro lado, para hablar sobre Inmanencia como antigrupo, pienso que si asociamos a la idea de grupo, la construcción de un liderazgo sobre el que giran los demás integrantes, una posición ideológica, un llamado a la acción política, entonces se podría afirmar que inmanencia era un antigrupo. Pero sigo pensando que éramos un grupo de poesía, simplemente, con sus propias peculiaridades, como la conciencia plena de que el grupo se construye a partir de la interacción con el público, y quiere salir del texto para convertirse en experiencia ritual, en magia, Inmanencia proponía una revolución lúdica, estética, el grupo creó sus propios seguidores, un público fiel que nos acompañaba en todos los recitales y eso es algo que se lo ganó por las virtudes de su propuesta poética y performativa. No puedo negar que extraño esa época, esa vida dedicada de lleno a vivir de poesía, a respirar poesía, una vida llena de carencias, pero rica en espíritu.

Inmanencia y los medios

Chrystian Zegarra: Inmanencia captó el interés de los medios de una forma categórica y hasta abrumadora. Sendos reportajes y entrevistas aparecieron en los principales medios de prensa escritos, y hasta televisivos, del país. Sin embargo, esto apenas benefició la acogida del público a la propuesta estética del grupo. Al contrario, la audiencia vio en esta cobertura un afán de protagonismo desligado de cualquier compromiso serio con la poesía. Parece ser que se confundió la publicidad gratuita y oportunista con una voluntad por expresar abiertamente -sin amedrentarse- ideas y convicciones. Se puede ver también –por parte de los receptores- una suerte de autoprotección, en forma de mecanismo de defensa, ante el hecho de reconocer errores y aceptar cuestionamientos. La incomodidad ante la apelación y el pedido a cuestionar los valores sobre los que se asienta un mundo en crisis fue el telón de fondo detrás del silencio. En síntesis, la respuesta a estas intervenciones en la prensa fue el “mayor vacío”. Por otro lado, poniendo las cosas en perspectiva, esas entrevistas en periódicos y revistas constatan que el grupo siempre intentó visualizar su óptica específica sobre la literatura y definir claramente, en la mayor parte de ocasiones, un programa poético.

Carlos Villacorta: Hasta cierto punto, la masiva atención de los medios fue beneficiosa. El problema radica en esa sobreexposición a la que muchas veces nos vimos sujetos. Hay que añadir que en un país como el nuestro, esta simple aparición en revistas y diarios implica desvirtuar el discurso de quien habla. Efectivamente, ese es un problema en la actual sociedad contemporánea que ha aprendido a neutralizar cualquier discurso sea este válido o no. En nuestro país, el poeta debe mantener su silencio pues él nada puede opinar sobre su misma sociedad. Valdría le pena preguntar a otros poetas acerca de la aparición de Inmanencia. Finalmente, la cobertura de los medios no estableció ningún diálogo entre el grupo y los muchos de los poetas de nuestra generación por encontrarse todos en el mismo saco del “poeta joven que aún está por decir algo”.

Enrique Bernales: Inmanencia siempre tuvo una cobertura de prensa importante, ningún grupo de poesía peruana generó tanta expectación en los medios como nuestro grupo, eso también fue sinónimo de envidias y resentimientos, lo cual es lógico y con lo que todo artista debe saber vivir, porque así es el medio. La prensa tuvo un efecto beneficioso porque nuevamente la poesía en el Perú, recobraba su rol protagónico. Inmanencia llevaba a cuestionar la imagen del poeta alejado de los medios, recluido en su oficio, el poeta también quería verse en imagen y en texto. Sin embargo creo que no supimos aprovechar los medios al máximo, pudimos hacer mas cosas, hacer una verdadera revolución artística, pero, en el fondo, éramos también, tímidos. No éramos Dadá, quemábamos libros pero no lo hacíamos en las plazas públicas, lo hacíamos en la intimidad del cuarto.

Balance y despedida

Chrystian Zegarra: El grupo Inmanencia aportó al proceso de la poesía peruana actual el hecho de repensar la forma de creación del discurso literario. Si hacia fines de los 90’s la experiencia grupal estaba desgastada y, más aún, desacreditada; la irrupción de Inmanencia apela a la necesidad por replantear este esquema. El agruparse en un conjunto que comparte intereses literarios y culturales puede convertirse en una vivencia valiosa si el objetivo de la misma, es el de compartir y debatir puntos de vista y aproximaciones sobre las múltiples manifestaciones del espíritu. Así, la dinámica del grupo poético, más que suplantar las personalidades creativas individuales que lo conforman, da pie a la meditación y el ejercicio crítico entre sus integrantes. Más que un estado permanente, constituye una etapa inicial de conocimiento de las propias -y ajenas- potencias artísticas. En una palabra, la pertenencia a un grupo no debe anular la irrestricta individualidad de cada poeta. La proliferación, a partir de la ruptura de Inmanencia en el año 2000, de colectivos poéticos en Lima debe llamar la atención sobre la pertinencia, para los poetas que están en camino de consolidar una voz en el panorama literario, de la vivencia grupal para el desarrollo de una propia posición como intelectuales y escritores.

Carlos Villacorta: Es difícil hablar de aportes en la poesía. Sin embargo, creo que fue claro el remezón poético que se dio al ambiente literario de la época. Si la poesía conversacional había muerto como afirmaba Rocío Silva Santisteban en la presentación del primer libro, ésta regresó poco tiempo después buscando reformularse. La aparición de nuevos grupos en los siguientes años (como Cieno, Sociedad Elefante, etc.) aunque no se deban necesariamente a Inmanencia, me parece que no pueden ser explicados sin el quiebre que se produce con la aparición de nuestro primer libro. En todo caso, la búsqueda de nuevas formas y nuevas propuestas, si es que se deben a nosotros, son aplaudidas. En cierta medida, la poesía que se escribe actualmente es una poesía hija de la década anterior. Actualmente se experimenta bastante, se busca nuevas formas aunque el fondo sea el mismo. Diría yo que se ha caído en cierta democratización de la poesía que está aún nutriéndose de todos sus referentes. Este proceso lo abren los noventas con la diversidad de propuestas que dio a los lectores. Sin embargo, creo yo que la maduración de aquellos jóvenes (los de los noventas) dará su fruto en esta década mientras que la de los más nuevos hacia finales de la misma.

Enrique Bernales: El balance de Inmanencia, después de 5 años de fallecimiento, fue positivo, una entrada en escena, espectacular, con mucha expectativa por parte de la gente y de los medios periodísticos, 2 años maravillosos e inolvidables, recitales por todo Lima, desde la Noche hasta el Averno, pasando por diferentes universidades, un viaje a un festival de poesía en Ciudad de México, un público que nos acompañó hasta el final, un par de libros que resumen el ascenso y caída del hombre, una propuesta que fue una cachetada al coloquialismo y al conversacionalismo para que reaccionara y se reinventara, una propuesta sin precedentes en la tradición poética peruana que combinaba texto y performance, en fin, para mí, el mejor grupo de poesía peruana de la década. Lo negativo, en mi opinión, fue el final, quisimos matar el grupo en silencio, sin discutir, sin agarrarnos a trompadas, sin furia, fríamente, con indiferencia, y creo que eso es lo que más me duele, que Inmanencia no murió bien y es por eso que queramos o no, al menos yo, sigo y seguiré arrastrando su cuerpo hasta que muera, porque ese cadáver sigue clamando por venganza. Por otro lado, todavía a finales del 2005, se piensa que la obra se reduce al texto leído, los tiempos han cambiado, ahora se necesita de una experiencia interdisciplinaria entre las diferentes artes y discursos artísticos para completar la obra, la obra poética necesita del diálogo con la imagen, con la fotografía, con el rito, en fin, y desde que Inmanencia se disolvió, no ha habido ninguna propuesta seria de poesía en el Perú que combine texto y performance pero lo peor de todo es que la institución literaria peruana, conservadora por antonomasia, sigue consagrando el mimetismo rancio de tradiciones trasnochadas. Sin embargo, los trabajos de los poetas que se iniciaron en la década de los noventa, como Ildefonso o Victoria Guerrero, están dando sus mejores frutos en este nuevo siglo y creando su propia tradición, creo que eso es lo más rescatable de la poesía peruana de los últimos años.


Cambridge, 15 de Noviembre del 2005

los relojes se han roto



Los relojes se han roto: Muestra de la nueva poesía peruana
(Ediciones Arlequín/ Selección y prólogo
de Enrique Bernales y Carlos Villacorta)

‘¿Para qué poetas en tiempos de miseria?’ dice un famoso verso de Hölderlin, ciertamente la misma honda preocupación rondaría por la cabeza de los jóvenes muchachos peruanos que a comienzos de los noventa empezaban a manifestar su voz en diferentes recitales de poesía por la ciudad de Lima, una ciudad quebrada por una guerra civil rampando por cada una de sus esquinas, ciudad próxima a caer en manos de un movimiento maoísta mesiánico llamado Sendero Luminoso, pero que finalmente cayó en manos de una cruel y postmoderna dictadura cívico-militar organizada desde el mismo Estado. Lima, la capital del Perú, como todo el resto del país, vivía en las tinieblas, por las continuas voladuras de torres de alta tensión, sufriendo asimismo carestía de agua potable y de otros servicios básicos. Pero no sólo eso, en pleno reino de la noche, los más horrendos crímenes secretos del Estado y los continuos atentados de los subversivos irrumpían en los sueños de los jóvenes, que no volvieron a dormir jamás con tranquilidad.
A diferencia de épocas pasadas en la poesía peruana, los nuevos creadores de fines del siglo XX crecieron bajo el efecto de una sangrienta guerra civil y esta crucial experiencia marcó sus vidas profundamente. Estos son los poetas que constituyen la que denominamos, la generación de la violencia, la generación del noventa: Carlos Oliva, Montserrat Álvarez, Victoria Guerrero, Chrystian Zegarra,, Martín Rodríguez-Gaona, Xavier Echarri, Roxana Crisólogo, Miguel Ildefonso, Lorenzo Helguero, Josemári Recalde y José Carlos Yrigoyen. Estos son algunos de los jóvenes que crecieron bajo el efecto de las bombas y de los asesinatos selectivos, practicando el oficio poético destacadamente, haciendo frente, a través de su arte, al miedo impuesto por una dictadura.

Enrique Bernales