viernes, enero 18, 2008

La escritura como resistencia





Ciudad satélite / Carlos Villacorta
Lima, Mundo ajeno, 2007


Por Enrique Bernales*


Al acabar de leer Ciudad Satélite el lector no sólo se queda con la sensación de que se enfrenta a un libro logrado, sino más bien, a un libro imprescindible. Con esta entrega se cierra un ciclo dentro de la obra de Carlos Villacorta para abrirse otro que nos devolverá nuevos hallazgos seguramente.

La fuerza de literatura radica en la capacidad del escritor para organizar los desplazamientos de sentido, es decir, la resistencia de la escritura poética a ‘ese lenguaje que hablamos y escribimos,’ la manifestación del poder y la autoridad, como diría Roland Barthes. Ciudad Satélite desde su poema liminar resalta esa reflexividad del lenguaje poético, su afán liberador, se hermana, en este sentido, con una oralidad trasgresora, que coincide con el desplazamiento del migrante al centro para gritar su existencia a esa ciudad que se la niega. La poesía en este caso no se hará aliada del orden, no será guía, sino más bien apostará por la confusión y la diseminación de la torre de Babel: “Después vendrán mis hermanos mi hija /. . ./ y no habrá quien los guíe pues por todas partes/ gravita el sueño alrededor de la poesía. /. . ./ Luego, vendrán del sur los exiliados /…/ con dos libros atragantados en la mano, /para vomitar una torre de palabras.” (―El mundo no se va a acabar con un disparo―).

A lo largo de Ciudad Satélite se hace manifiesto el afán de engañar al discurso oficial de aquí y de allá. De esta manera, la propuesta de Villacorta va creando sus propios centros alternativos, ciudades satélites que cercan a la autoridad. Hay diferentes momentos en los que esto queda manifiesto. Por ejemplo, en el poema Zona Industrial (Teoría del caos) el sujeto poético reproduce las mayúsculas del lenguaje del poder: “INDUSTRIA NO-MOLESTA B NO CAUSA MAYOR TRASTORNO A LA CIUDAD” para subvertirlas posteriormente con otras mayúsculas: “EN LOS HOGARES DE ESTE PLANETA LO QUE TIEMBLA VIAJA PARA ADENTRO.” Queda claro entonces que es dentro del lenguaje donde se debe combatir al lenguaje.

En Ciudad Satélite el hablante poético viaja hasta los Estados Unidos y desordena allí lo que la autoridad ha marcado con el signo del fracaso: ‘homeless’. Los ‘sin casa’ de la sentencia 16 de la sección Fragmentos sobre la velocidad encaran con dignidad a la ciudad que los silencia, curiosamente, resisten con sus ojos, los mismos que usan sus prójimos para ocultarlos, esos otros habitantes exitosos de la ciudad que se niegan a verlos: “Infinitos son los ojos cocidos de los homeless en esta ciudad. […] Ahora que los veo alejarse, sus ojos son antorchas en medio de una noche sin estrellas.”

También debemos indicar que ‘lo innombrable’ es una referencia ineludible en el libro y aparece continuamente como constatación de la utopía de la que se ha forjado la poesía, ese deseo por lo imposible, lo que no debe ser identificado para que no caiga en las garras ordenadoras de ‘ese lenguaje que hablamos y escribimos.’ Por lo tanto, la poesía se niega a traducir ‘lo real’, más bien lo imita en sus vacíos y silencios: “Vamos a adentrarnos, entonces,/ por esa estrella infinita que alumbra el invierno/ por ese hueco donde cae la nieve perpetua/ sin nombre.” (Veteran’s day).

Por último, Ciudad Satélite interpela la médula del mandato posmoderno que invita al consumo. ‘Enjoy’ nos dicen las corporaciones para que gocemos con sus productos creándonos la apariencia de libertad. ‘The world is yours’ le decía el dirigible de Goodyear a un Tony Montana recién llegado de Cuba. ‘The world is mine’ respondieron, con ingenio, en cambio, los muchachos del filme La Haine (El odio). Así en el poema En una oscura estación de Greyhound, el sujeto poético con un sutil giro nos invita a disfrutar con otro mandato: “devórate”. Sin embargo se asegura de transformar el objeto de consumo, el que ahora se ha convertido en “estas palabras sus calles sus avenidas sus cráteres que/ no han sabido recomponerse, la locura que no ha cambiado de rostro.” Ciertamente, “la locura que no ha cambiado de rostro” no es otra cosa que la poesía misma, la cual nos permitirá sobrevivir a ‘ese lenguaje que hablamos y escribimos’, el lenguaje del poder.

*Reseña aparecida en el último número de la revista Intermezzo Tropical.

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