sábado, febrero 02, 2008

TRENES



Apunte callejero

En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos
buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe
las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par
en par una ventana.

Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se
me entran por la pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar...
Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda...


Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja
entre las ruedas de un tranvía.









XXXV*

¿Por qué me miras?, él desvió su mirada, parece que me estás siguiendo, ¿no? Esto estaba fuera de sus planes. El día anterior había matado a su padre y se aprestaba a marchar hacia el norte. Estás totalmente equivocada, no te estoy siguiendo. Ya tuve suficiente con lo que pasó y ahora esto. Sin embargo el rubor en sus mejillas lo delataba, podrían comentar los que lo observaban desde las ventanas de los otros trenes que danzaban velozmente alrededor de la ciudad, los otros faunos que se vinieron hasta por acá para hacer parir a la noche y a todas sus letrinas.

Estás asustado, ¿no? Nadie me asusta y menos tú que sonríes como los dioses con tu diente careado. ¿Cómo sabes que tengo un diente careado? ¿Cómo lo sé? No es nada del otro mundo. Si supieras que ya he asesinado a mi padre, a nuestra gata y voy por más.

Esbozó una mueca idiota. Creo que te he visto antes. Imposible. Pero no estoy completamente segura, ¿o fue apenas un sueño?. Estabas desnudo, sabes. Esto ya tomaba ribetes casi creacionistas. El tren se mueve, eso es real. He matado a mi padre con mis propias manos, ¿o eso tampoco es verdad?

El tren se detuvo, pero no era el mismo tren y ni siquiera la misma ciudad,



las argollas y el amigo punk se habían esfumado. Curiosamente se estaba acercando el verano y los olores de los otros pasajeros permanecían desapercibidos. Ella debía bajarse. Había dejado encargado su equipaje en la casa de Arthur, la cual quedaba más cerca del aeropuerto, y así habría podido pagar menos por el taxi. La esperaba una cena preparada con velas y todo. Se olvidó de su propio nombre momentáneamente. ¿Quieres tomar una cerveza? [Heaven is a place on Earth by Belinda Carlisle]



Lograron salir justo antes que se cerrara la puerta del astrolabio. Se quedaron mirando unos minutos. El quería besarla o arrancarle los ojos con sus delicadas manos, sensaciones idénticamente intercambiables en su cabeza, pero sabía que esta era una situación poco auténtica, no la conocía, ella que tampoco sabía a ciencia cierta qué hacer, pensó en el cuadro de Chagall y en la mirada perdida de la amante mientras degüella al hombre del cuello torcido,



también le vino a la memoria otro cuadro, menos conocido aunque más letal, el del niño que llora y te persigue con su mirada hasta que una buena noche escapa del lienzo,



en fin, ella no había matado a nadie y él ya llevaba más de un crimen encima si es que a la sociedad protectora de animales la podemos tomar en cuenta. Comenzaron a caminar con las manos clavadas en los bolsillos de sus pantalones, lentamente, él tarareaba esa canción, ella acompañaba con otra tonadita porque ya le había dejado de gustar Joy Division.




Conversaron sobre muchas temas con pasión. Él era un poco más conservador que ella, algunos hasta lo tildarían de fascista, en su defensa podríamos argumentar que sus postulados políticos eran ingeniosos y ardientemente apasionados, tal como me imagino que deben ser sostenidas las ideas.

De mi novela inedita Una Larga Marcha

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