jueves, enero 12, 2006

El rey de tréboles

En el abrigo desnudo de tus pies
encontré una ciudad de luz

Anónimo



caliginoso comienza
el adiós al rey de tréboles,
siguiendo de la austera oca la señal
con inocencia pagana el higo
olvidaste,
aunque caliginoso, palpar la herida quisiste
en tus manos,
una herida que en lluvia y huaynos creció,
como las prohibidas pollerías con esculturas
de Ariadna durmiente o los audaces ambulantes del Jirón de la Unión,
y, sin embargo, menos reales que la piel de la pastora,
repiten los muimuyes en económicas croquetas,
brilla y termina por eclipsarte en su búsqueda,
lo que es estar a la intemperie con los ratones
en tus entrañas no sabes
ignoras de tracto, cosmonauta de flores clandestinas,
ignoras mucho del gallo rojo
residencia en Mediodía de trovadores
bendita frustración, aléjate de él,
a pesar que lo sometes, que lo nombras
en el laberinto de la orquídea,
soy los ojos del rey pescador, culpable de su exilio
soy las moscas que vagan sobre
cabezas de puerco ensangrentadas
para conjurarte en suprarosa, linda bruja,
en el estío del bosque,
donde los niños me adoran, a veces,
hambrientos de ver

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